La ceremonia se desarrolló el 3 de marzo de 2023, a las 9 horas frente al Mausoleo que guarda los restos mortales del Almirante Guillermo Brown.
Organizada por el Instituto Nacional Browniano con colaboración de la Armada Argentina, contó con la presencia del Jefe del Estado Mayor General de la Armada, almirante Julio Horacio Guardia, quien presidió el acto acompañado del Presidente del Instituto, almirante VGM (RE) Daniel Alberto Enrique Martin y el Secretario General de la Armada, contraalmirante Diego Eduardo Suárez del Solar.
Estuvieron presentes la Jefa de la Misión Adjunta de la Embajada de Irlanda en la República Argentina, Niamh Kavanagh, la Embajadora y el Cónsul de la República Argentina en Irlanda recientemente designados y que en los próximos días viajarán a asumir sus funciones en dicho país, Ana Laura Cachaza y Nicolás Francisco Vidal, la Directora Nacional de Gestión Patrimonial del Ministerio de Cultura de la Nación, doctora Viviana Usubiaga, el Coordinador de Institutos Nacionales, doctor Pablo Fasce, la Gerente Operativa del Cementerio de la Recoleta, doctora Sonia Del Papa Ferraro, la señora María Cristina Brown de Racedo, chozna del Almirante Brown, representantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, autoridades, miembros y representaciones del Instituto Nacional Browniano, representantes de Institutos Nacionales e instituciones amigas, miembros de la comunidad irlandesa, invitados especiales y público en general.
Luego de la invocación religiosa a cargo del presbítero Hernán Vigna, el Presidente del Instituto Nacional Browniano, almirante VGM (RE) Daniel Alberto Enrique Martin brindó palabras alusivas.
Seguidamente se depositaron ofrendas por parte de la Embajada de Irlanda, la Armada Argentina, el Instituto Nacional Browniano, el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Centro Naval, mientras un trompa ejecutaba un toque de silencio.
Para finalizar el acto, el Jefe del Estado Mayor General de la Armada se dirigió a los presentes con palabras en honor al Almirante Brown y agradeció la presencia de todos.
Por último, la Banda de Música del Estado Mayor General de la Armada entonó los acordes de la Marcha de San Patricio
Palabras alusivas pronunciadas por el Presidente del Instituto Nacional Browniano, Almirante VGM (RE) Daniel Alberto Enrique Martin
Como todos los años, volvemos a reunirnos hoy frente a este sentido mausoleo, para honrar la memoria de nuestro máximo héroe naval, el almirante don Guillermo Brown, quien en la madrugada del 3 de marzo de 1857 pasara a la inmortalidad.
Cuando Brown murió, el pueblo de Buenos Aires acompañó sus restos desde su “Kinta” de Barracas hasta el cementerio de la Recoleta. El féretro, cubierto con la bandera de Juncal, su uniforme y su espada, fue trasladado a la bóveda del general José María Paz, quien ciertamente fue a veces su duro adversario y en otras muchas, su buen amigo.
El sepulcro, solemne y sobrio, donde hoy descansan los restos del Almirante Guillermo Brown y de su hija Elisa, depositados en urnas de metal fundido con bronce de los cañones del buque insignia “25 de Mayo”, fue construido en el año 1865 y dedicado a su memoria por su mujer Eliza Chitty de Brown y sus hijos Guillermo y Martina. Diseñado por otro gran marino, el coronel de marina don José Murature, su color nos recuerda a Irlanda, la tierra donde nació y contiene referencias a sus innumerables combates.
Al recordar al “Primer Almirante de los argentinos”, estamos rindiendo un justo y merecido homenaje al marino avezado, estratega lúcido y, por sobre todo, al hombre cuya existencia fue prototipo de entereza, y al que sus acciones lo convirtieron en protagonista de momentos fundacionales de la República.
Brown nació un veintidós de junio del año 1777, en el seno de un hogar labriego y humilde. En su Foxford natal, un pueblito de la Irlanda sojuzgada por el opresor británico, y pasó allí los primeros años de una infancia en la que forjó las bases de su carácter.
Partió desde su patria, con su padre, cruzando el Atlántico, cuando aún era un niño, y quedó huérfano al poco tiempo de arribar a los Estados Unidos de Norteamérica.
A partir de ese momento, solo, sin recursos y sin ningún apoyo, comenzó la lucha por su vida, surcando los mares en un interminable transitar, navegando por el Atlántico y el mar de las Antillas.
Llegó a ser botín de leva de los ingleses en el mar y los franceses lo encarcelaron en Metz y Verdún, sufriendo en las mazmorras de máxima seguridad. Nada de eso lo detuvo y de ambas logró escapar, para resurgir una y otra vez con tenacidad y obstinación.
Su arribo a suelo americano, a comienzos de 1810, le permitió soñar con esa libertad tan negada en su terruño de nacimiento, y decidió ponerse al servicio de la causa de la emancipación. Supo vencer mil dificultades, con imaginación y coraje, y obtuvo éxitos imposibles. Así, enarbolando el pabellón de su nueva patria se enfrentó a los realistas en los combates de Martín García y Arroyo de la China, y logró eliminar en Montevideo, un 17 de mayo de 1814, al último baluarte ibérico en el Atlántico Sur.
Socavó el poderío español en el Pacífico, bloqueándolo en el colosal Perú y casi pudo conquistar la estratégica Guayaquil.
Como artífice de la escuadra nacional, debió recomponerla y reequiparla tantas veces como fue necesario para asegurar el futuro del país naciente, superando imprevisiones y desidias con su infatigable tesón.
En la guerra contra el Brasil, el Almirante Brown tuvo un brillante papel en los combates de Los Pozos, Quilmes, Juncal, Monte Santiago y Punta Lara. Una vez más, su bravura e hidalguía dejaron una huella indeleble obteniendo victorias sobre fuerzas navales muy superiores en número y armamento.
Años más tarde, volvió a ser llamado al frente de las naves de la Confederación Argentina y a pesar de su edad avanzada, no rehusó el desafío. Triunfó primero en Montevideo, y más tarde, frente al propio Giuseppe Garibaldi, en Costa Brava. Combates que le permitieron expresar en aquellos momentos que “ya no hay enemigo que dispute el dominio de las aguas”.
Brown fue esencialmente un marino que solamente combatió por su patria adoptiva y en buques con bandera argentina. Como conductor tenía los atributos de un verdadero líder, manteniendo una enérgica capacidad de mando y ascendiente sobre sus subordinados.
De carácter fuerte, a veces combativo, y otras, piadoso y místico, en todo caso profundamente humano, fue, sin duda, una personalidad excepcional.
Animando siempre a su gente, lo sabemos impetuoso y valiente como por ejemplo en su arenga antes del combate de Los Pozos, al exclamar:
“¡Marinos y soldados de la República!
¿Veis esa gran montaña flotante? ¡Son 31 buques enemigos! Mas no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues que no duda de vuestro valor y espera que imitareis a la ‘25 de Mayo’, que será echada a pique antes que rendida. ¡Camaradas, confianza en la victoria, disciplina, y tres Vivas a la Patria!
¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!”
Su persona trasciende los umbrales biográficos de la historia y adquiere las dimensiones de un verdadero arquetipo, cuyas hazañas y tangible humanidad la convierten en un modelo que inspira una profunda admiración y alienta su emulación.
Nunca hizo importantes diferencias económicas, por el contrario, más de una vez se vio en la ruina económicamente y tuvo necesidad de apoyarse en los pocos amigos que lo comprendieron.
Tampoco le fueron tributados honores extraordinarios, excepto por el mismo pueblo que lo idolatraba y esperaba largamente y con paciencia el regreso de sus proezas en el mar.
Una anécdota, tan solo una, para poner a la luz su honestidad y humildad. Según cuentan, al regreso del combate del Juncal, una multitud lo esperaba para llevarlo en andas por las calles de Buenos Aires. El Almirante, en conocimiento de esta ocurrencia, permaneció a bordo e hizo decir que desembarcaría el día después, aunque realmente desembarcó esa misma noche. La gente no le había creído y se quedó esperando pacientemente su aparición. Apenas lo divisaron, lo rodearon y acompañaron mientras se dirigía hacia el Fuerte. Al salir de allí para dirigirse a su “Kinta” en carruaje, a ver a su esposa e hijos, un grupo se empeñó, a pesar de su negativa, en desenganchar los caballos y arrastrar el vehículo, llevándolo solo a fuerza de hombres. Al darse cuenta Brown que si no accedía corría el riesgo de quedarse allí, en plena calle toda la noche, dirigiéndose a los que lo llevaban les gritó: “Ya que no hay otro remedio toma tu gusto […] Toma bastante cuidado y camina muy derecho”, mientras que todos exclamaban “No hay cuidado general”, “¡Viva el almirante Brown! ¡Viva la Patria!”.
Muchos de sus contemporáneos no llegaron a comprenderlo y pese a los agravios sufridos cuando el gobierno volvió a llamarlo, allí estuvo él, sin signos de revancha, nuevamente poniendo el cuerpo al frente de la escuadra para luchar por su patria adoptiva.
Fue precisamente ese tesón el que lo impulsó a empezar y volver a empezar, cuando las circunstancias se lo impusieran. Su existencia estuvo signada por un incesante hacer, en especial, cuando los acontecimientos le resultaban adversos. No se permitió vacilaciones, ni dejó lugar para el desánimo.
Y aunque duele reconocerlo, seguimos evidenciando que en las currículas de todos los niveles escolares, prácticamente no se conocen las acciones que este noble irlandés realizó para y por la patria de sus hijos. Tampoco se transmiten los valores morales y las virtudes que con el transcurso de su vida nos ha dejado el Gran Almirante.
Siguen pasando los años y esto es cada vez más palpable, me permito tomar las palabras de quien me precedió en la dirección del Instituto Nacional Browniano, el comodoro de marina de la Reserva Naval Dr. Miguel Ángel De Marco, quien hace unos años expresaba que la sociedad en general mira indiferente lo que sucedió en un pasado remoto y desecha las enseñanzas de un ayer que no conoce. Siempre dicen que hay que mirar hacia adelante y trabajar para el futuro, pero eso es imposible sin nutrirse de las enseñanzas del pasado. Cuánta validez tienen las palabras pronunciadas por el presidente don Nicolás Avellaneda:
“Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”
Volviendo a 1857. A comienzos de ese año ya el Gran Almirante veía que la vida lo estaba abandonando lentamente, y se preparó a cumplir su deber de cristiano. Le pidió entonces a su amigo y confesor, el padre Antonio Fahy (cuyos restos descansan aquí, muy cerca del Almirante), que le administrara los últimos sacramentos.
Y fue así que, llegadas las primeras horas del 3 de marzo, dirigió su mirada hacia su amigo el coronel de marina José Murature, y, según la tradición, le dijo: “comprendo que pronto cambiaremos de fondeadero, ya tengo práctico a bordo”.
Y amén de ser reiterativo en estos homenajes que se le brinda al Almirante Brown en el aniversario de su fallecimiento, no puedo terminar sin dejar de mencionar algunas de las palabras que el ministro de Guerra y Marina del Estado de Buenos Aires, el general don Bartolomé Mitre, pronunciara en ocasión de su despedida:
“Brown, en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros una flota.
Brown, en el sepulcro, simboliza con su nombre toda nuestra historia naval.”