Las restricciones sanitarias provocadas por la pandemia Covid19 impidieron este año que el Instituto Nacional Browniano cumpliera con la tradición de honrar a su ilustre patrono frente a su tumba en el cementerio de la Recoleta.
Año a año concurrimos al sencillo sepulcro que guarda los restos del Gran Almirante, con el marco de los hombres y mujeres de la Armada Argentina que fundó como tal, convirtiendo a unos pocos buques mercantes armados en guerra en la escuadra que permitió la toma de la ciudad sitiada de Montevideo y con ella garantizó la causa de la libertad en el Río de la Plata.
También nos han acompañado, además de sus descendientes, los sucesivos embajadores de Irlanda, su país natal, diversas instituciones culturales y patrióticas, veteranos de la Guerra de Malvinas y visitantes que al oír el estridente toque de atención se acercaron a la tumba pintada con el brillante verde de Éire.
Cuando Brown murió, el 3 de marzo de 1857, una doliente caravana acompañó al día siguiente sus restos desde su quinta de Barracas hasta el cementerio del Norte, o la Recoleta. El pueblo de Buenos Aires, que lo respetaba y amaba, se sumó al cortejo, y siguió al coche fúnebre en profundo silencio. Al llegar el féretro cubierto con la gloriosa bandera que honraba el triunfo de Juncal y con su uniforme y espada, fue conducido poco antes de la siete de la tarde, a la bóveda del general José María Paz, unas veces adversario, otras fiel amigo, que le había dedicado palabras de respeto y admiración en las memorias sobre su actuación militar.
A lo lejos, cada quince minutos, se oían las salvas de artillería en tierra y en la escuadra. En todas partes las banderas se hallaban a media asta.
Allí, el ministro de Guerra y Marina del Estado de Buenos Aires -en aquel momento el país se hallaba dividido- coronel Bartolomé Mitre, dijo un discurso que sintetizaba un pasado de hazañas y de glorias: “El nombre de Brown valía por otra escuadra, y después del triunfo pudimos repetir con el inspirado vate de nuestras victorias: ‘Alzóse Brown en la barquilla débil:/ Pero no débil desde que él la alzara’ […] Él con su solo genio, con su audacia, con su inteligencia guerrera, con su infatigable perseverancia, nos ha legado la más brillante historia naval de América del Sur [...] Si algún día nuevos peligros amenazasen a la patria de los argentinos; si algún día nos viésemos obligados a confiar al leño flotante el pabellón de Mayo, el soplo poderoso del viejo almirante henchirá nuestras velas, su sombra empuñará el timón en medio de las tempestades, y su figura guerrera se verá de pie sobre las popas de nuestras naves en medio de la humareda del cañón y la grita del abordaje”.
Enterado el presidente de la Confederación Argentina, general Urquiza, dictó algún tiempo más tarde un decreto de honores, en el que expresó que el gobierno nacional deploraba, “en tan infausto acontecimiento, la pérdida del héroe de las glorias navales argentinas y cree de su deber tributar una manifestación de respeto a su memoria”.
Es que el nombre de Brown se hallaba por encima del encono que enfrentaba a los argentinos.
Años más tarde, su viuda, Elizabeth Chitty, mandó construir la sepultura que hoy contiene las cenizas del Almirante y donde también reposan los restos de su amada hija Elisa.
Brown fue sin duda uno de los más ilustres marinos de su tiempo, el jefe invicto de la primera escuadra con que contaron los argentinos, pero también ostentó cualidades que, a similitud de las de San Martín, Belgrano y otros fundadores de la patria, deberían ser tenidas en cuenta cuando hoy parece ser más importante la coyuntura que el proyecto, el ahora que el porvenir, el parecer más que el ser. Ellos no están en el bronce porque carecieran de falencias y debilidades, sino por haberlas superado en aras de un ideal más alto, como era la construcción de una nación en la que imperasen la libertad y la igualdad.
"El 3 de marzo de 1857 falleció el General de Marina
D. Guillermo Brown, natural de Irlanda, de 79 años,
casado, recibió los Sacramentos, doy fe..."
Aquí se cierra el Libro, ha de quedar callado y firme
entre las letras de su bitácora en soledad.
Aquí termina el viaje Capitán...
¡Fondo el ancla! - lo más profunda.
¡Arriar el paño! - las garcias desnudas,
y el silencio al pairo con un cansancio lento...
ya no habrá voces de mando.
no habrá sol, no asomará la bruma,
el mar será un extraño que seguirá sus rumbos
y se perderán los años de antiguas singladuras...
Aquí termina el viaje Capitán,
el viento está calmando...
"Fue un cristiano,cuya Fe no pudo conmover
la impiedad,un patriota cuya integridad
la corrupción no pudo comprar, y un héroe
a quien el peligro nunca arredró".
¡Salve Almirante Brown...!
Homenaje del Miembro Distinguido del Instituto Nacional Browniano,
licenciado Frederick Thomas Ashby
Publicado en su libro La Última Singladura, IPN Editores, 2017.